miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lágrimas de diamante.


Nadie las merece.
Las derroché, pero nadie las merece.
Las regalaba, a todas horas, en cualquier momento, un diamante tras otro, litros y litros de diamante.
Como animalillos frágiles se deslizaban hasta los labios, eran ácidas, no saladas, duras, no blandas, rígidas, arañaban como una caricia. Golpeaban como un tambor de Semana Santa en mi cabeza. De tantos litros de diamante llegué a deshidratarme.
Las coleccionaba, les ponía nombre, las pulía y abrillantaba porque eran tesoros que nadie podía pagar, pero eso lo sé ahora.
Las malgastaba, pero eso lo sé ahora, las malgasté hasta que un día haciendo recuento encontré que sólo tenía un diamante de felicidad, pero nadie la merece.
Ahora malgasto sonrisas de perla, tampoco nadie las merece.



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