Bendito sea estar ciego.
Nuestros besos se encuentran en el humo, bailando a la vida, bailando a las casualidades que nos encuentran tras cada esquina, en cada rincón de esta gloria fugitiva que entre los abrazos se escapa.
Y son amarillos…
Dos destellos fugados, dos caricias calculadas.
Son dos cristales de Murano…
Dos estrellas que sólo acaban en el infinitamente denso agujero negro de tu pupila, de una fuerza tan destructora y atractiva como la gravedad que atrae mi cuerpo al tuyo.
Y es solo humo entre tus ojos…
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