miércoles, 15 de agosto de 2012
El coleccionista de sonrisas
-Cuéntanos otra historia abuelo.
-¿Os he contado alguna vez la del coleccionista de sonrisas?
Cuando era joven conocí a un chico, se hacía llamar “el coleccionista de sonrisas”. Me resultó un poco extraño, ¿cómo coleccionar sonrisas?
Toda su obsesión era perpetuar en el tiempo las sonrisas de las mujeres que conocía, sentía una tristeza inigualable cuando una sonrisa se esfumaba, así que decidió recordar aquellas que para él fuesen más importantes. Memorizaba hasta el más mínimo detalle, la curvatura de los labios para él no era sino un tobogán infinito por el que dejarse caer, los dientes una blanca avalancha bajo la que morir sepultado y los ojos…en fin, los ojos…
[Silencio]
-¿Cuántas sonrisas consiguió coleccionar abuelo?
-Doce, cuando le conocí había reunido doce sonrisas, las recordaba todas como si nunca se hubiesen borrado, especialmente la octava. La octava sonrisa se le quedó plasmada en el alma. Pasaba horas y horas dibujándolas en su afán por hacerlas perdurar, pero nunca consiguió reflejar la belleza natural de ninguna y eso le entristecía aun más.
-¿No siguió añadiendo sonrisas a su colección?
-Solo una más.
-¿Por qué solo una?
-La decimotercera sonrisa que sumó a su colección fue la de la muerte. La treceava muerte…
-¿Dónde conociste a ese chico abuelo?
-Una terrible mañana, frente al espejo.
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