Escucha los alaridos de una mente atormentada, oye los gritos de los demonios que me carcomen las entrañas, huele el óxido de mi ser, toca la aspereza la de mi lengua muerta, contempla el suicidio del niño que era, aspira la nauseabunda esencia del abandono, recorre las hectáreas de este puto cementerio de sueños abarrotado, busca algo de nobleza en el puerto putrefacto de este corazón que se ahoga, insúflale aire si te atreves.
Visita el jardín de la agonía de este purgatorio de almas en pena, prueba esta mousse de veneno, no hay otra forma de sacar este infierno del pecho, no hay forma de llevar el peso, no la hay. Traga la bilis que cae del cielo, aguanta el peso magno del mundo sobre tus hombros, déjate picar por alacranes y víboras, besa mis labios yertos, lúcete en la vanidad del que vive como si la muerte no existiera, nada quiero, nada espero, nada llega.
Recuerda, duermo en tu tejado, cada vez que suena esa canción resucito, no es sueño, no es mito, es pesadilla de la vida que no vive, que sobrevive al holocausto que el egoísmo trajo, huele a sensación de no ser, a nada, a caramelo, canela, romero, tomillo, azafrán, comino, clavo, pimienta, sal, vinagre y finalmente a vacío.
Cree en buitres, cuervos y gusanos, deja que ellos te saquen los ojos, te arranquen los órganos, te pudran las entrañas. Siente el dolor de una lágrima en el hierro, esnifa este azufre sin cortar, infártate de sueños rotos, roe estos huesos fríos, teme a esos fantasmas que vuelven por donde se fueron, anhela el sudor del esfuerzo en vano, cae del cielo a este infierno en un segundo, monta en ese tren hacia ninguna parte, en ningún momento olvides al olvido, ¿Dónde está mi Dios ahora?, abraza al poeta de las manos manchadas de tinta, ensúciate de su tinta que es sangre derramada, tinta y sangre lloradas, nada lo que quieras, pero ahógate en ellas, acepta el calvario de esta penitencia eterna, hospeda a esos fieles parásitos, nunca faltan a su cita, no soy más víctima de nadie que de mí mismo, no permito que me compadezcan, inféctate de este virus maldito, úntate del cieno que baña este páramo desértico donde la oscuridad reina por antonomasia, llegué a olvidar que las rosas también tienen espinas, mustias, marchitas ya, allá, a lo lejos, donde habite el olvido, no es hermoso pero es real, caótico, sin sentido, como este loco pensamiento incorpóreo, del que he olvidado el resto.
El niño que hay en mí ha muerto.
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