En tus manos que ya no besan. En tus labios que ya no tocan. En tus uñitas de caramelo amargo.
En tu voz que conquistaba imperios.
Vivo en el aliento de un animal que sueña. En el cariño roto de una madre.
Vivo en abrazos de piedra, en besos de estatua. Vivo en las yermas avenidas de Valencia. En el fondo de los canales de Venecia.
Vivo en el frío y en la calima.
Hiedo a tu esencia. Y el olor se desvanece lentamente entre unas sábanas que anhelan el roce de tu cuerpo. Se difunde en el espacio que añora tu risa. Se esparce por un aire que ansía que lo respires. Tu esencia escapa de mi, como si desdeñase el vacío que es mi pecho. Y se regala por el mundo, como el manjar que eran tus suaves pestañeos. Los suspiros entre dedos y las olas del mar que bañaba la costa de tu cuello, todo se me vacía. Como un reloj de arena que se descarga de vida. Se me vacía hasta tu ausencia, hasta el olvido se me vacía.
Vivo levemente en tu recuerdo, vivo suavemente en el regocijo del olvido. Vivo lentamente, aferrado a tu sombra.
Y así vivo. Diluido en tu memoria.
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